El fascismo en América Latina
Fuente: Shafik Hándal, “El fascismo en América Latina”, en América Latina (Moscú), n. 4/1976, p. 121-46.
Transcripción: Leonardo N. Duarte, para Marxists Internet Archive, 2021.
Esta edición: Marxists Internet Archive, julio 2021.
En los últimos años, los círculos más reaccionarios del imperialismo, tratando de obstaculizar la distensión, iniciaron el rumbo hacia la conservación de los focos de tensión internacional existentes en el mundo y la creación de otros nuevos, hacia la implantación o apoyo de regímenes de tipo fascista. En este caso se presta particular atención al Oriente Medio, África del Sur y América Latina, es decir, a las regiones en las que menos se ha propagado el proceso distintivo. Los regímenes fascistas de esa índole, no deseando por lo general adherirse al sistema de contratos internacionales, orientados a impedir las guerras y estimulando la carrera armamentista, son una seria amenaza a la causa de la paz y la civilización humana, un considerable obstáculo en la vía del fortalecimiento de la seguridad colectiva y la ampliación de la colaboración internacional. Esos regímenes, que se atribuyeron funciones de gendarme, tratan de exportar la contrarrevolución a otros países; se oponen por todos los medios al establecimiento de vínculos comerciales, culturales y científicos entre Estados con distinto régimen social; obstaculizan la divulgación de información verídica acerca de la situación en el mundo; tratan de imponer a la opinión pública un cuadro falso de «prosperidad» en sus propios países.
Los regímenes fascistas destruyen el sistema de instituciones representativas, liquidan las organizaciones políticas y sindicales existentes, sustituyéndolas por agrupaciones e institutos creados artificialmente. Esos regímenes pisotean brutalmente las libertadas cívicas elementales y las normas de convivencia humana y de Derecho internacional generalmente reconocidas; practican y legalizan el sistema de vigilancia total de la población, proceden a las detenciones y redadas en masa, a las torturas e todas las formas de represión, sin juicio, contra los heterodoxos. Su actividad no termina dentro de los marcos de las fronteras nacionales, y una demostración de ello son las amenazas, cada vez más frecuentes, a los adversarios ideológicos, los raptos y los asesinatos de los emigrados políticos.
Los representantes de la opinión pública progresista han denunciado reiteradas veces el incremento del peligro fascista en el mundo y, en particular, en América Latina. A eso mismo se prestó atención en el documento del CC del PCUS El 30 aniversario de la Victoria del pueblo soviético en la Gran Guerra Patria de 1941-45 y en la Declaración de la Habana de Los Partidos Comunistas de América Latina y del Caribe. La necesidad de elevar “la vigilancia contra el fascismo contemporáneo e los manejos de la reacción extranjera” la señaló el XXV Congreso del PCUS.
La revista América Latina ha organizado una discusión acerca del peligro que encierra el fascismo en la actual América Latina no sólo para los pueblos del continente, sino también para toda comunidad mundial. Los materiales de esa discusión se han publicado en nuestra revista (Nº3 de 1975 y Nº1 de 1976). Más tarde, ese tema volvió a abordarse, de una manera o de otra, en sus páginas. En este número proponemos a la atención del lector el artículo de Schafik Jorge Hándal, Secretario General del CC del Partido Comunista de El Salvador, preparado especialmente para nuestra revista como un comentario a la discusión mencionada. Antes es escribirlo, el autor publicó toda una serie de materiales en el semanario de los comunistas salvadoreños Voz Popular, en los que se examinan detalladamente los problemas que se exponen a continuación.
I
Para comprender la esencia del fascismo, hay que comenzar por estudiar el contexto histórico dentro del cual surge éste, definir concretamente su carácter clasista y su función. Esto es en realidad el fondo del problema.
Durante los meses y años inmediatamente siguientes a la Gran Revolución Socialista de Octubre en Rusia, Europa se estremeció bajo el empuje de un poderoso auge revolucionario del proletariado. En Asia y América se dejó sentir, asimismo, el vigoroso y transformador influjo de la primera gran revolución socialista triunfante. Ha aquí una breve reseña:
En el otoño de 1918 se agudizó la crisis revolucionaria Alemania y la insurrección se extendió por todo el país. El proletariado alemán hizo surgir Soviets (consejos) de obreros y soldados, como embriones de su poder. A resultas de todo ello se derrumbó la monarquía.
La ola revolucionaria condujo a la desarticulación del impero austro-húngaro y de ello resurgieron como Estados independientes como Hungría, Austria, Yugoslavia y Checoslovaquia. En enero de 1918 estalló una revolución obrera en Finlandia y en 1919 se estableció el Poder Soviético en Hungría, Baviera y Eslovaquia, aplastado poco después por la contrarrevolución. En Italia se desplegó un gran movimiento en el que los obreros tomaban en sus manos las fábricas, y los campesinos se apoderaban de la tierra de los grandes latifundistas. En Francia, Bélgica, Polonia e Inglaterra el movimiento revolucionario de los trabajadores experimentó un rápido despliegue. En 1920 y 1921 se declararon huelgas generales en Bulgaria, Rumanía y Checoslovaquia. Todas estas luchas levantaban como una de sus banderas la solidaridad combativa con la revolución bolchevique, en defensa del primer Estado obrero y campesino de la primera revolución socialista. En este contexto fue fundada la Internacional Comunista bajo la guía de Lenin (también conocida por “Tercera Internacional”) bajo cuya influencia tuvo lugar la fundación y desarrollo inicial de decenas de Partidos Comunistas en todos los continentes.
En mayo surgió en China un fuerte movimiento de protesta por la entrega al Japón de las antiguas concesiones alemanas. En 1921 fue fundado el Partido Comunista de China. En 1919 tuvieron lugar en Corea acciones masivas contra la dominación japonesa. En la India se desplegó la acción popular revolucionaria que en numerosos lugares alcanzó la forma de insurrecciones armadas contra el yugo colonial británico. En la América Latina fueron fundados la mayoría de los partidos comunistas entre 1920 y 1930, en medio de un extraordinario proceso de organización y lucha de la clase obrera que desembocó durante los primeros años treinta en varios estallidos revolucionarios, incluido el de enero de 1932 en El Salvador.
Así, la revolución socialista rusa inició la era de las revoluciones proletarias y también marcó comienzo de la crisis irreparable del sistema colonial del imperialismo.
En este marco fue que surgió el fenómeno conocido con el nombre de fascismo (tomado del movimiento encabezado por Mussolini en Italia). El fascismo es ante todo contrarrevolución. Este es uno de sus elementos esenciales, común a todos los países donde apareció, ya sea países capitalistas rezagados e desarrollados. Ahora bien, no se trata de cualquiera contrarrevolución, sino de una contrarrevolución propia de la época de las revoluciones proletarias, época de la crisis general del sistema capitalista, época de transito del capitalismo al socialismo. Todavía más, no se trata de cualquiera contrarrevolución de esta época, sino la contrarrevolución de los sectores más recalcitrantes del gran capital financiero, para instaurar la dictadura feroz de estos sectores, cuyo objetivo es aplastar al proletariado revolucionario y a todo el movimiento popular.
Fue por ello completamente lógico que, al estallar la gran crisis económica del mundo capitalista (1929-1933) y al entrarse en un nuevo auge de la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos, surgiera la segunda y más bestial ola de la contrarrevolución fascista, alcanzando esta vez no sólo una dimensión europea, sino también extendiéndose al Japón, donde se instauro su dictadura militarista, y dejándose sentir en Norteamérica y los países desarrollados de Europa, aunque sin llegar a conquistar el poder.
El hecho que el fascismo sea en esencia la contrarrevolución de los sectores rabiosos del gran capital financiero, explica el por qué acontecimientos contrarrevolucionarios como el de 1932 en El Salvador, cuya inspiración y provecho estuvo principalmente a cargo de los grandes terratenientes y la burguesía agro-exportadora, no pueda calificarse como fascismo, aunque se revistió muchos rasgos propios de éste.
II
Teniendo en cuenta el marco histórico de la época, conviene ahora echar una mirada sobre el fascismo europeo de los años 20 y 30 del presente siglo, para facilitar las comparaciones con el fenómeno latinoamericano actual, al que se da ese mismo nombre.
Salta a la vista, ante todo, que ese régimen político no surgió inicialmente en los países de mayor desarrollo capitalista del viejo continente, sino en aquellos de un desarrollo rezagado, mediano o menos que mediano, en los cuales a menudo se conservaban fuertes restos de las relaciones económicas, sociales y políticas propias del feudalismo. Nos referimos a los países del oriente y sur de Europa de aquellos años: Italia, Bulgaria, Polonia, Rumanía, Hungría, Estados Bálticos, Portugal, donde fue derrocado el régimen fascista en abril de 1974, España donde perdura, aunque debatiéndose en mortal y definitiva crisis. También puede mencionarse – fuera de Europa a Japón, cuyo régimen militar reaccionario fue de hecho un tipo de fascismo sui generis.
El fascismo alemán, hitleriano, o “nacional-socialismo” (nazi) que se instauró a comienzos de los años 30 en ese país capitalista desarrollado, NO ES PRECISAMENTE EL CASO TÍPICO, no fue la regla sino la excepción, aunque es el más conocido y peligroso y llevó al mundo a la más terrible guerra de su historia . No estamos sosteniendo que el fascismo no pueda instaurarse en un país capitalista desarrollado. Únicamente hemos querido subrayar un hecho histórico concreto e indiscutible: el fascismo europeo surgió primero y mayoritariamente en los países capitalistas rezagados en su desarrollo, hecho que obliga a reflexionar a quienes vivimos y luchamos en países que, como los latinoamericanos, muestran rezagos y una crisis de estructura parecido a los de aquellos países de Europa que fueron la cuna del fascismo durante los años 20.
Por cierto que el hecho de que el fascismo surgiera primero en los países rezagados, indujo a una parte del movimiento obrero y popular europeo de que aquel entonces a sostener una tesis que resultó altamente perjudicial para la preparación de las fuerzas antifascistas alemanas: “Alemania no es Italia”, se sostenía, dando a entender que este fenómeno era exclusivo de países atrasados como como la Italia entonces.
En la América Latina de hoy estamos ante un peligro de error parecido, pero que argumenta por el lado opuesto: en el caso concreto de nuestro país, nos referimos a la opinión de que “El Salvador no es Alemania”, según la cual aquí no puede instaurarse el fascismo, porque es éste un fenómeno únicamente proprio de países desarrollados.
Este tipo de países capitalistas (de mediano desarrollo), en Europa y América Latina, se constituyó en el curso de los decenios siguientes en el escenario principal de las revoluciones socialistas, empezando por la propia revolución rusa (1917).
Los países que “llegaron tarde” al capitalismo, aunque en algunos casos iniciaron esa marcha con sus propios procesos internos, recibieron el impulso mayor por las vías del comercio internacional, del desarrollo de los medios de comunicación (ferrocarriles, puertos, etc.) y desde allí hacia otras ramas de la economía; pero el capitalismo se expandió en ellos sin liquidar totalmente las estructuras feudales, ni el régimen político feudal. Este hecho condujo a que, al llegarse a cierto nivel del proceso de avance del capitalismo dentro de esas viejas sociedades, surgiera un cierto tipo de crisis estructural, sin resolver la cual era imposible para el capitalismo proseguir su marcha. Esta crisis se hizo evidente cuando vino la industrialización, la cual no podía realizarse hasta el fin sin resolverla de un modo o otro. Pero la existencia y maduración de dicha crisis estructural abrió también la posibilidad de la revolución social como salida, lo cual significaba no la perspectiva del sucesivo desarrollo capitalista, sino todo lo contrario, la clausura de esa posibilidad y la marcha hacia el socialismo, negación de aquél.
Esto era así tanto por el hecho de que en esos países ya existían premisas materiales para la revolución socialista, como porque el capitalismo a escala mundial había llegado, con la Primera Guerra Mundial, al inicio de su crisis general, y se abría la época de las revoluciones proletarias, la época del paso al socialismo con el triunfo de la revolución proletaria de Rusia.
El proletariado en esos países con desarrollo rezagado y burguesía débil, había asumido para entonces un papel independiente en la lucha política y social, emancipándose de la tutelaje de la burguesía y forjando sus propios partidos revolucionarios; de ahí que la tarea de liquidar los restos del feudalismo, resolver los problemas de la tierra, de la democratización, de la industrialización y de la independencia, que estuvieran inscritas en el programa de las revoluciones burguesas del pasado, era ya tarea incorporada en el programa del proletariado revolucionario y sólo esta clase en realidad podía llevarla a término consecuentemente.
El proletariado, por decirlo así, heredaba de la burguesía esta tarea histórica y debía cumplirla contra la burguesía, como parte ineludible del proceso que abre el paso al socialismo.
Por eso, si la cúspide de la burguesía quería asegurar la alternativa capitalista de salida a la crisis estructural con vistas al despliegue y modernización de ese sistema dentro de aquellos países rezagados. DEBÍA NECESARIAMENTE TAMBIÉN APLASTAR AL PROLETARIADO REVOLUCIONARIO y a todo el movimiento popular aliado suyo; en otras palabras, la gran burguesía, interesada en el desarrollo capitalista, asociada y aliada de los monopolios de los países capitalistas desarrollados, tenía que realizar sus objetivos no por medio de una revolución, sino mediante la CONTRARREVOLUCIÓN, no por medio de la democracia, sino por medio del fascismo y, en fin, no por medio de la independencia, sino reforzando la dependencia, en una u otra forma.
De aquí surge éste que es un elemento esencial del fascismo en todas as partes: SER CONTRARREVOLUCIÓN, SER DICTADURA FEROZ DEL GRAN CAPITAL contra el proletariado y todo el multifacético movimiento popular, por la democracia y el progreso social. El que esa dictadura se ejerza en algunos países por medio de un gobierno encabezado por un caudillo teatral y demagogo como Mussolini o Hitler, o por un jefe sin carisma y repulsivo, como Pinochet; el que el fascismo se instaure por un procedimiento con apariencia legal, como en Alemania o Italia, o derrocando abiertamente un gobierno popular legítimo como en España, en Brasil o Chile, o por un golpe “preventivo”, como en Uruguay; el que se apoye en un movimiento de masas como en Italia e Alemania, o no cuente con tal movimiento y se apoye más que todo en la represión y la militarización de toda la vida social y política de un país; el que persiga o no a una minoría nacional, como la judía, el que se asuma un carácter racista o se desenvuelva sin ese ingrediente, etc., todo ello no forma parte de la esencia del fascismo, sino que depende de las condiciones concretas de la lucha política y hasta de los rasgos de la personalidad de los jefes fascistas. Esto quedó demostrado con la experiencia del fascismo en Europa de los años 20 y 30, donde, junto con el modelo italiano e alemán, hubo también casos de fascismo militar como en Bulgaria y otros con peculiaridades aún más diversas.
Sin embargo, es digno de subrayar que no obstante contar partido de masas, el fascismo italiano y alemán asignaban el principal papel a la organización o sección militar de dichos partidos, por encima de la puramente política. Esto es importante de tener en cuenta porque un rasgo común a las distintas variedades del régimen fascistas es la militarización de una gran parte de la sociedad civil y la tendencia guerrerista y expansionista.
El entronizamiento del fascismo da origen a una feroz dictadura terrorista contra el proletariado revolucionario y todo el movimiento popular, aboliendo la forma tradicional del Estado democrático burgués e implantando un tipo distinto de Estado.
El fascismo, desde luego, no se limita a ser una expresión política, superestructural, posee fundamentos económicos y sociales lo mismo que un programa a realizar en estos terrenos. Pero hemos querido subrayar que el fascismo es antes todo un fenómeno superestructural, un fenómeno político dentro del capitalismo, proprio de la época de su declinación histórica.
III
Igual que en la Europa de la primera postguerra y de los años preparatorios der la Segunda Guerra Mundial, en América Latina ha llegado de un modo práctico e histórico concreto, la época del paso del capitalismo al socialismo, La Revolución Cubana inauguró formalmente esta época en nuestro continente. Desde entonces quedó planteada la perentoria necesidad, para el imperialismo y las clases dominantes tradicionales de nuestros países, de encontrar una alternativa supuestamente capaz de detener el proceso revolucionario y asegurar la supervivencia del capitalismo.
Desde los meses siguientes a la Revolución Cubana dio comienzo a la búsqueda de esa alternativa burguesa para nuestros países. El primer ensayo fue Alianza para el Progreso, un programa de carácter liberal reformista, al que de ningún modo podía bautizarse de fascista. La ALPRO, en vez de suprimir la democracia representativa y demás atributos del Estado burgués republicano, hacía énfasis precisamente en ella, apuntando sus dardos contra los regímenes militar-caudillistas de derecha, típicos de muchos países latinoamericanos de esos años; regímenes en los cuales creían ver los teóricos de la ALPRO una de las causas profundas – y no sólo un motivo – que impulsaban el proceso revolucionario, partiendo de un análisis superficial de la experiencia de la Revolución Cubana.
La ALPRO consistía, asimismo, en una serie de reformas socioeconómicas, principalmente una reforma agraria, cuya realización, pensaban sus autores, sería capaz de modernizar el capitalismo en la América Latina, despojando su estructura de remanentes pre capitalistas (feudales y aun comunitario-primitivos) a los que consideran únicos responsable de frenar el desarrollo de nuestras sociedades. La ALPRO estaba diseñada, pues, para realizar un nuevo tipo de alianza del imperialismo dentro de nuestros países, cambiar la antigua coalición con las oligarquías burguesas terratenientes por su asociación con los sectores reformistas de la pequeña y mediana burguesía, especialmente en el terreno político, atrayendo hacia las posiciones de gobierno a los partidos y personalidades más destacados de estos sectores.
La práctica mostró bien pronto que la ALPRO no podía ser aplicada: encontró una resistencia enconada de parte de las oligarquías y bloques de poder tradicionales en América Latina y, además, en los Estados Unidos el plan no procedía de los sectores del gran capital monopolista y financiero más poderoso y determinantes, de aquellos monopolios fundidos con el aparato estatal norteamericano y amos de la industria militar, sino de otros sectores monopolistas menos decisivos, representados por Kennedy y su equipo. Así, la ALPRO tampoco la debida cooperación de dichos sectores del gran capital imperialista yanqui y, finalmente, el asesinato del mismo J. F. Kennedy puso fin a cualquiera esperanza que aún subsistiera a ese respecto.
Mientras tanto, el proceso revolucionario antimperialista continuaba avanzando en la América Latina: en Brasil, el país más grande y rico del subcontinente, emergió, tras peculiares formas de la crisis política, un gobierno opuesto a la hegemonía imperialista que desplazó del Poder Ejecutivo a las tradicionales clases dominantes y puso proa hacia radicales transformaciones socioeconómicas (el gobierno que encabezó João Goulart). En otros países económicamente decisivos, como Venezuela (tener en cuenta su enorme peso petrolero), estalló la guerra de guerrillas y durante dos años pareció desarrollarse en un sentido ascendente y apuntar la proximidad de una nueva victoria revolucionaria radical. En Chile se acercaban las elecciones presidenciales de 1964 y la posibilidad de una victoria de Allende subrayaba para el imperialismo y la reacción latinoamericana la gravedad del peligro revolucionario generalizado en nuestro continente.
El derrocamiento del gobierno de Goulart en Brasil (1964) y la instauración de un gobierno militar de derecha que abolió la democracia representativa, derogó la Constitución misma, puso fuera de ley a los partidos, a los sindicatos, organizaciones campesinas, etc., y a sus dirigentes, inició la configuración practica de un tipo de Estado distinto, autoritario y centralizado, sobre la base de un proceso de aplastamiento de movimiento popular. Años más tarde, el gobierno militar contrarrevolucionario de Brasil apadrinó un programa de medidas económicas, un modelo para la modernización y expansión del capitalismo dependiente en Brasil, basado en la supremacía del capital monopolista extranjero sobre las distintas ramas de la economía, penetrado y controlado asimismo por el capital inversionista norteamericano. Ese modelo económico logró durante algunos años imprimir un vigoroso dinamismo a la economía brasileña y, por ello, pareció ser la fórmula capaz de resolver, en provecho del imperialismo y del gran capital local, la antigua crisis estructural latinoamericana, abriendo la posibilidad de una larga vida para este sistema, constituyéndose, por tanto, en alternativa real a la revolución.
El dinamismo del crecimiento económico brasileño,. Ensalzado por sus propagandistas al extremo de calificarlo como “milagro económico”, encara dificultades crecientes desde los últimos dos años y, en el terreno político, las fuerzas populares han logrado reagruparse, y han comenzado a infligir rudos reveses políticos al régimen, como ocurrió en las elecciones generales de 1974, a pesar de que el único partido opositor que es allí permitido, es uno creado exprofesamente desde arriba por el mismo gobierno, en un momento en que le indispensable mejorar su imagen internacional y esconder la falta absoluta de democracia en su país.
El modelo brasileño cobro gran prestigio entre las clases dominante latinoamericanas y, especialmente, entre los estrategas del imperialismo yanqui, hasta convertirse en el núcleo de la alternativa contrarrevolucionaria para toda América Latina. Es desde esas posiciones que la reacción boliviana y la CIA empujaron hacia el derrocamiento del gobierno progresista del General Juan Torres en 1971. También desde esas posiciones fue realizado el golpe de Estado en Uruguay y, poco después, el derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular en Chila en 1973. Desde esas mismas posiciones es que está impulsando la contrarrevolución en otros países del continente, entre ellos El Salvador.
¿Es justamente el modelo brasileño merecedor del título fascismo? Nosotros creemos que sí; afirmamos que expresa en esencia el fascismo de hoy en las condiciones de América Latina.
IV
La función histórica del fascismo en América Latina consiste en salvar al capitalismo dependiente, modernizándolo, promoviéndolo a pasar a la fase del capitalismo monopolista dependiente y, donde haya condiciones para ello, al capitalismo monopolista de Estado dependiente.
La experiencia brasileña después del derrocamiento del gobierno de João Goulart en 1964,confirmada hoy en Chile, Uruguay y Bolivia, permite trazar las líneas gruesas del modelo por el que se guía este fascismo “latinoamericano”, llamado también por algunos “neofascismo”, y por otros “fascismo dependiente” (lo apropiado o no del nombre merece por cierto consideración aparte). Dicho modelo combina una fórmula política, una fórmula económica, una social y una ideológica. Nosotros compartimos la descripción de este modelo que hace el historiador soviético K. Maidánik. De él tomamos los elementos para concretarla así:
1 – FORMULA POLÍTICA:
A – Contrarrevolución
– Aplastamiento del movimiento revolucionario y la máxima destrucción de todo el movimiento popular (proscripción de los partidos políticos, lo mismo que de toda clase de organizaciones de masas independientes del gobierno: sindicatos, asociaciones campesinas, juveniles, culturales. Femeninas, etc.)
B – Gobierno centralizado y verticalista de derecha:
– Supresión de la independencia entre los Poderes del Estado y afianzamiento de la supremacía absoluta de la jefatura del Ejecutivo; supresión de la autonomía del poder local y de la democracia representativa;
– Supresión del régimen de garantías, derechos y libertades democráticos, individuales y colectivos; institucionalización del terrorismo represivo (tortura, secuestros, asesinatos, masacres, desaparecimientos, etc.); supremacía de los cuerpos policiales en el aparato de fuerza.
– Creación de organizaciones de masas verticalmente controladas por el gobierno, como las únicas permitidas (organizaciones campesinas, juveniles, femeninas, obreras, etc.).
C – Cambios en el timón de mando del Estado:
– Desplazamiento de los sectores tradicionales de las clases dominantes de sus partidos y líderes políticos.
– Integración de un nuevo bloque de mando con: a) Jefes militares superiores; b) Altos burócratas civiles; c) Burguesía de las sucursales de los monopolios transnacionales y burgueses locales asociados a ellas; d) Altos ejecutivos y tecnócratas del sector estatal de la economía (éstos se incorporan con “plenos derechos” cuando el sector estatal se ha tornado fuerte y determinante).
2 – FORMULA ECONÓMICA:
– Atracción a toda costa de la inversión de las transnacionales;
– Fuerte y acelerado endeudamiento público externo;
– Impulso preferente a la industrialización para exportar y a la industria militar;
– Formación de una economía predominantemente monopolista con dos polos (o pilares):
Polo A: Poderoso sector estatal (formado básicamente por cuenta de la inversión masiva de préstamos externos).
Polo B: Fuerte sector privado constituido por las sucursales de las transnacionales y sus asociados locales.
Estos dos polos, que al principio se complementan para llevar al éxito el modelo, más tarde se contraponen y sus crecientes contradicciones pasan a constituir el centro del estallido de la crisis estructural correspondiente a esta otra fase del capitalismo.
3 – FORMULA SOCIAL:
– Extrema concentración del ingreso nacional en una minúscula cúspide social:
– Inmovilismo para las grandes masas trabajadoras y para la mayoría de las capas medias;
– Formación de un pequeño estrato de las capas medias con muy altos ingresos (ejecutivos y técnicos del sector estatal y de las sucursales).
– Difusión del modo de vida de la “sociedad de consumo” entre las capas medias de altos ingresos y desde luego entre la burguesía.
4 – FORMULA IDEOLÓGICA:
– Anticomunismo “visceral”;
– “Nacionalismo”, “el liderazgo del país en su región”, etc.;
– “Seguridad para el desarrollo”, “todo por el desarrollo”;
– Demagogia social; etc., etc.
La temática concreta de la actividad ideológica del fascismo varía según la situación y peculiaridades de cada país en que se entroniza y también varía según si su arribo al control del Estado se realiza derrocando a un gobierno popular o arrebatando a las masas la posibilidad de instalarlo (en cuyo caso no le es posible cubrir su rostro reaccionario); o si los fascistas tratan de avanzar hacia su meta guardando las apariencias de legalidad y vía electoral, caso éste en el que ellos pueden recurrir a un despliegue de demagogia social para enmascararse como “reformistas” e, incluso, como “revolucionarios”, que quieren “salvar al país del peligro comunista” y también del “capitalismo reaccionario”.
Característica de la actividad fascista en el campo ideológico es la supremacía de lo emotivo por encima de lo racional, es esfuerzo por crear estados de ánimos e incluso apasionamiento colectivo en vez de convicción, aprovechando para ello toda clase de motivos (incluidas las competencias deportivas) capaces de enervar a las masas, especialmente aquellos que permiten inflar el chovinismo.
V
Para comprender por qué el modelo brasileño se convirtió en la fórmula contrarrevolucionaria general, es necesario mirar de nuevo al proceso latinoamericano.
Mientras se configuraba y alcanzaba éxitos el modelo brasileño, el fracaso de la ALRPO agravó la crisis estructural latinoamericana, en especial para los países del cono Sur, y dio base a la agudización de la lucha de clases, al surgimiento o ahondamiento de la crisis política, al desarrollo del proceso revolucionario. La proliferación del movimiento guerrillero, aunque fracasado, fue una de las expresiones de aquella situación del imperialismo y de las oligarquías, como la instalación de los gobiernos militares antimperialistas en Perú, Panamá y Bolivia (gobierno del Gran. Juan Torres), la victoria electoral de la Unidad Popular y la consiguiente instalación del gobierno de Allende en Chile. En Uruguay la lucha de la clase obrera y la unificación de las fuerzas democráticas acercaban rápidamente a una victoria popular decisiva; en Argentina entraba en irremediable crisis la dictadura militar, derechista y en la victoria electoral del movimiento peronista, que llevara a su ala izquierda al gobierno con la presidencia de Cámpora, se llegaba también a los linderos de una posible gran victoria revolucionaria.
Fue dentro de esta situación que el modelo político y económico brasileño (el modelo fascista latinoamericano), se convirtió en la respuesta generalizada contrarrevolucionaria en América Latina.
El golpe de Estado de los fascistas en Uruguay, pero, sobre todo, el derrocamiento del gobierno de Allende por los fascistas en Chile, estimularon, decidieron o acentuaron la tendencia hacia al fascismo en otros países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, aunque también reforzaron y definieron la tendencia antifascista o antimperialista en otros, incluyendo a algunos gobiernos burgueses como las de México, Venezuela, los de las ex colonias inglesas del Caribe (Jamaica, Guyana y Trinidad y Tobago, principalmente), Costa Rica, etc.
En lo que se refiere a Centroamérica, el fracaso de Alianza para el Progreso no trajo las mismas consecuencias estimuladoras del proceso revolucionario que se registraron en América del Sur. Ello fue así porque paralelamente a dicho fracaso de la ALPRO fue promovida con éxito – aunque temporal y breve – la integración económica, regional, particularmente el Mercado Común, bajo cuya influencia tuvo lugar un corto período de pujante industrialización, profunda y ampliamente penetrado por el capital monopolista extranjero, especialmente norteamericano. El éxito temporal del movimiento integracionista (1961-66) fue posible gracias a que el fuerte atraso semifeudal centroamericano permitía cierto campo para que este tipo de industrialización superpuesta, introdujera una dosis de modernización y atenuara por algún tiempo la agudeza de la crisis estructural.
En Sur América, con un más alto nivel de desarrollo capitalista, con un grado muchísimo mayor de industrialización y una avanzada madurez de la crisis estructural, los intentos integracionistas patrocinados por el imperialismo (la ALALC) no podían tener y no tuvieron el mismo resultado.
La quiebra del Mercado Común en 1969, por otra parte, dejó al imperialismo yanqui y a las clases dominantes centroamericanas sin un modelo de recambio para asegurar la estabilidad y el desarrollo del capitalismo en la región y se abrió a causa de ello un período de convulsiones políticas, que son expresión de la pugna de las clases populares por imprimir su salida a la crisis estructural y también las exacerbadas contradicciones entre las clases dominantes, cuyos diversos agrupamientos procuran asegurarse una salida particular.
La crisis económica desatada en los últimos años en el campo capitalista internacional ha aportado nuevos y mayores obstáculos para una salida burguesa a la crisis estructural centroamericana, la ha agravado y ha agudizado la crisis política.
Sobre esta base surgió en Honduras (diciembre de 1972), el gobierno militar que ensaya una salida reformista, acercándose hasta cierto punto a los intereses de las masas populares, principalmente a las demandas del crecido movimiento campesino.
En El Salvador, donde la unificación de las fuerzas democráticas en un frente único mayoritario y la agudización de la lucha de clases han acentuado la expectativa de un triunfo popular cercano, ha cobrado el fascismo un fuerte atractivo para los sectores hegemónicos del gran capital local e imperialista y para la camarilla que decide en alto mando de la Fuerza Armada.
La experiencia internacional en general y la de América Latina en particular, indica que sobre el mismo terreno de la crisis estructural en los países capitalistas dependientes de un nivel medio de desarrollo, brotan dos alternativas de solución esencialmente distintas y opuestas: una alternativa burguesa, cuyo objetivo es asegurar el sucesivo desarrollo del capitalismo; y una alternativa revolucionaria popular que, cumplidas ciertas fases previas ineludibles, desemboca en el socialismo.
La alternativa burguesa, a su vez, encierra en principio dos posibilidades de desarrollo:
Una de estas opciones es de carácter reformista, cuya realización práctica – según sea el papel del ejército y la posición frente a los monopolios extranjeros – puede ser encabezada por un gobierno “populista” (dictadura con apoyo popular), o por un gobierno liberal-reformista (con “democracia representativa”), o por una mezcla de estos dos modelos. La opción reformista está vinculada a sectores no monopolistas de la burguesía de estos países y, particularmente, a los agrupamientos reformistas de la intelectualidad pequeño-burguesa y de otros sectores de las capas medias, entre los cuales son decisivos los militares reformistas, en el caso latinoamericano.
La otra opción burguesa de salida a la crisis estructural está vinculada a los sectores “dinámicos” y “modernos” del gran capital monopolista extranjero de que aquellos son socios (en la actualidad, los consorcios “transnacionales” interiorizados en estos países por medio de sus sucursales y otras formas de inversión) y refleja, asimismo, las tendencias más reaccionarias, contrarrevolucionarias del Estado imperialista bajo cuya dependencia se encuentra el país dado. En el caso latinoamericano actual, tales tendencias están patrocinadas por los monopolios vinculados al complejo militar-industrial norteamericano y se expresan en El Estado por el Pentágono, la CIA, el gobierno de Ford, y tienen su reflejo dentro de nuestros países en los altos escalones del mando militar y en las altas esferas de la burocracia.
Este segundo tipo de opción burguesa de salida a la crisis estructural, en una situación en la que constituya una amenaza real la alternativa revolucionaria popular, solamente puede realizarse instaurando un gobierno \autoritario, centralizado y verticalista de derecha, es decir, un régimen fascista.
La alternativa revolucionaria popular y la alternativa burguesa de solución a la crisis estructural se enfrentan y de los resultados de esa lucha depende el inmediato porvenir; pero también luchan entre sí las dos opciones burguesas (la reformista y la fascista), generando conflictos intestinos en las clases dominantes y en el aparato de poder.
Apuntemos, entre tanto, que durante los últimos 10 años en El Salvador han venido luchando entre sí todas estas alternativas de solución a la crisis estructural, entrada en su fase de maduración desplegada desde que se agrietó y fracasó el Mercado Común centroamericano.
La polarización, prácticamente toral, entre las fuerzas políticas de nuestro país, que ha podido verse en los últimos tiempos, tiene en su base, precisamente, la pugna entre la alternativa revolucionaria popular y la alternativa burguesa de solución a la crisis estructural; mientras dentro del gobierno de coronel Arturo Armando Molina ha tenido lugar, y aún no puede darse por concluida, la lucha entre vía reformista y vía fascista.
En la segunda mitad de 1973 predominó en el gobierno la tendencia al rumbo reformista y, atajada por los sectores más reaccionarios de la oligarquía y el imperialismo (con la destitución de los 3 ministros reformistas en octubre de ese año), cedió el lugar a la tendencia al fascismo, que desde entonces se ha venido haciendo cada vez más predominante y peligrosa.
El creciente predominio de la tendencia al fascismo, a que nos hemos referido en el caso de El Salvador, no es por cierto un caso aislado después del derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular en Chile. Incluso puede hablarse con toda propiedad de una ofensiva general de la contrarrevolución fascistas en América Latina. El golpe militar en Argentina, inicialmente dirigido, al menos en apariencia, contra la derecha peronista, no tardó en virar también contra la izquierda peronista y se ha ocupado, sobre todo, de bloquear y someter a control el movimiento obrero, de inmovilizar a los partidos políticos y ha iniciado el desmantelamiento de las organizaciones juveniles y organismos para la solidaridad internacional, al tiempo que el gobierno de Videla adopta más y más el programa económico brasileño y las bandas asesinas procreadas por la CIA incrementan impunemente su dantesca cosecha sangrienta, golpeando no sólo a la izquierda del Cono Sur concentrada en Buenos Aires en los últimos años. Toda esta derechización progresiva se adopta bajo el pretexto de la lucha contra las guerrillas ultraizquierda, a las cuales ha asestado golpes mortales, y no pensamos que, una vez terminada esa tarea, retornará fácilmente la nave del gobierno argentino a un puerto democrático, sino que continuará su marcha hacia el fascismo.
El gobierno de Costa Rica develó, no hace mucho, un golpe de Estado del mismo corte fascista y los gobiernos progresistas de Jamaica y Guyana han estado siendo asediados y hostilizados por las presiones externas y por las tentativas de “desestabilización”; el gobierno del Laugerud García de Guatemala ha realizado un viraje de retorno hacia la ultraderecha, después de un breve período de tentativas liberalizadoras y entendimientos con los partidos democráticos opositores durante 1975 y primera mitad de 1976; han reaparecido los incidentes armados en frontera entre El Salvador y Honduras, esta vez con fuego de artillería pesada incluso, orientados en parte al objetivo de derechizar al gobierno militar reformista de este último país y eventualmente a promover su derrocamiento; todos ellos son acontecimientos que también se inscriben dentro de esta misma ofensiva de la reacción capitaneada por la CIA y el Pentágono a escala continental. Por desgracia, los sucesos de Julio en Perú y los cambios en el gabinete y la política del gobierno de las Fuerzas Armadas que ellos trajeron como consecuencia, abren la interrogante acerca de si también allí estamos ante otra victoria de la contrarrevolución.
No se trata de una visión pesimista del actual momento latinoamericano, sino del registro de hechos reales, aunque esta es solamente una cara de la situación, ya que la otra cara nuestra que las fuerzas antimperialistas y antifascistas latinoamericanas son hoy más extensas que nunca y abarcan incluso los niveles de varios gobiernos.
El modelo que hemos descrito atrás corresponde al que ha llevado a la práctica el régimen brasileño y, en su contenido principal, es el que se está tratando de generalizar ahora en América Latina por los sectores más reaccionarios del imperialismo yanqui y por los sectores de la burguesía, de los militares, los altos burócratas y tecnócratas latinoamericanos que le son adictos.
La simple lectura del esquema de este modelo nos revela que no se trata de algo por completo extraño a las tradiciones y características de los regímenes latinoamericanos y en eso, precisamente, reside uno de los aspectos que lo hacen peligrosamente viable. En efecto, con la excepción de Chile y Uruguay de antes de los respectivos golpes fascistas y, aunque con otros ribetes, con excepción Costa Rica, o del caso de algunos gobiernos excepcionales en la historia de otros países de la América Latina, en general no se ha vivido en estas tierras una vigencia efectiva de las formas democráticas representativas, ni de la independencia entre los tres Poderes del Estado burgués republicano. Los regímenes latinoamericanos han sido y son por regla gobiernos autoritarios con muy poco respeto por los derechos y libertades democráticas, individuales y colectivos, que fingen en todo lo referente a la democracia representativa y a la independencia de los Poderes estatales. Los menos arbitrarios de estos regímenes apenas merecen el título de “pseudo democracias”.
Así pues, el fascismo asoma cabeza en nuestra América Latina vistiendo ropajes y empuñando un látigo ya conocidos. Este hecho ha confundido a algunos en el movimiento popular latinoamericano, al punto de mostrarse renuentes a aceptar la presencia del fascismo en ninguno de nuestros países, ni siquiera en Chile y menos aún en Brasil, Uruguay o Bolivia: lo que allí hay, alegan, son “Estados de excepción”, en todo caso, “gobiernos gorilas”, o “facistoides”, pero no fascistas, ya que “éstos únicamente pueden darse en países capitalistas desarrollados”.
Las tiranías tradicionales, por más feroces que hayan sido o sean en el ejercicio de la represión, están instituidas como una superestructura del capitalismo dependiente, subdesarrollado (valga esta expresión), semifeudal ( y en algunos casos más feudal que capitalista), y la función de esos regímenes tradicionales es conservadora, en provecho de oligarquías terratenientes y burguesas; mientras que la función del fascismo es la de salvar al capitalismo dependiente en trance de revolución y modernizarlo, en provecho de los consorcios transnacionales y delos burgueses locales asociados suyos, salvar y consolidar la hegemonía política y militar del imperialismo yanqui puesta en proceso de quiebra sobre nuestra región. Los regímenes tiránicos tradicionales no surgieron para atajar la revolución próxima, ni para derrocar a gobiernos revolucionarios, sino que “brotaran como maleza natural” aun sin la menor amenaza revolucionaria.
Tratando de argumentar en contrario, se alega que el paso al capitalismo monopolista dependiente es la tendencia “natural”, objetiva, del desarrollo del capitalismo en América Latina y, por tanto, no la inventaron los fascistas, ni puede considerarse algo original y distintivo de su programa, puesto que muchos burgueses y tecnócratas latinoamericanos propugnan ese camino sin que sean por ello fascistas. Más aún, se agrega, esa tendencia de desarrollo se encuentra en marcha, independientemente de la instauración del fascismo, aun en países latinoamericanos en donde, como la Venezuela o México, rigen gobiernos burgueses que en absoluto pueden ser considerados fascistas.
Nosotros compartimos, pero únicamente en una parte, este razonamiento: únicamente en el sentido de que el paso al capitalismo monopolista y fascismo no son inseparables. Lo uno puede en efecto marchar sin el otro; o, dicho de otro modo, aquella tendencia de desarrollo en la base, en la estructura, puede marchar sin precisar de modo absoluto e infaltable la presencia de una superestructura fascista. La tesis que nosotros hemos venido sosteniendo desde el principio es la que el fascismo surge si hay a la vista un peligro de revolución popular, o ésta ha obtenido una victoria inicial y que tomada América Latina en conjunto, el fascismo surgió aquí sólo después de la victoria de la primera revolución socialista, la de Cuba, después de que se generalizó la acción revolucionaria en nuestro continente y obtuvo nuevas victorias, y después de ensayar y fracasar el imperialismo con otras fórmulas de respuesta frente a esa radical alternativa histórica.
El fascismo, lo repetimos, es un fenómeno superestructural, una forma de gobierno; y es bien sabido que en cuanto a formas de gobierno y sin modificar su esencia, el Estado burgués ha vestido las galas, según lo requieran las exigencias de la lucha de clases, no sólo de la república democrática, parlamentaria o no, sino también de la monarquía y el imperio, en un mismo país y dentro de períodos históricos más o menos breves (caso de Francia en los siglos XVIII y XIX, por ejemplo).
VI
En nuestra opinión se hace necesario puntualizar que el paso al capitalismo monopolista en América Latina es principalmente una tendencia que le llega desde las transnacionales, para las cuales el extraordinario desarrollo que hoy experimentan las fuerzas productivas (la “revolución científico-técnica”) exige formas de inversión del capital en los países atrasados, que conllevan la modificación del papel del Estado en la economía y la supeditación de su orientación en materia de política económica dichos intereses, así como también la creación de una industria de superior tecnología, basada en grandes empresas que producen para exportar, todo lo cual implica el financiamiento de los monopolios y su predominio sobre el conjunto de la economía del país dado.
En muchos países latinoamericanos hay sectores del gran capital local que han alcanzado un nivel monopólico, incluso los hay en El Salvador, que no es de los países más desarrollados. Pero estos monopolios son “subdesarrollados”, en comparación con las transnacionales imperialistas norteamericanas y además se encuentran también dentro de las redes de la dependencia.
Por ello, afirmamos nosotros, no es esa burguesía monopolista local la que imprime su sello a la puja por llevar el conjunto de la economía a la fase monopolista, ni es tampoco el motor principal del mismo. El motor y sello están en manos der las transnacionales y ellas acondicionan en tan grande medida este proceso a sus propias conveniencias, que incluso sectores de esa gran burguesía local latinoamericana se han visto obligados a atender a su defensa favoreciendo la concertación de pactos en distinta manera limitantes del capital extranjero, como el Pacto Subregional Andino o el SELA, aunque tales recuerdos no hayan partido propiamente hablando de su propia iniciativa.
Por lo que se refiere a la implantación del fascismo, como forma de gobierno vinculada al tránsito hacia el capitalismo monopolista dependiente, compartimos la opinión de quienes piensan que esta tendencia tiene su apoyo y motor principales, específicamente en las transnacionales vinculadas al complejo militar-industrial de los Estados Unidos. Un papel destacado desempeñan también los monopolios de la industria militar de la República de Alemania. Quizá esto no pueda justificar afirmaciones tajantes en el sentido de que las transnacionales no vinculadas a la industria militar sean en absoluto ajenas y hasta contrarias a la fascistización en América Latina, pero pensamos que las contradicciones políticas que hoy se observan en los Estados Unidos entre distintas alas dentro de los partidos Republicano y Demócrata y, especialmente, entre los liberales del Partido Demócrata por una parte y el Pentágono y la CIA, cuyo rol es cada vez más hegemónico en el gobierno, por la otra, son una expresión de la diversa posición que asume la burguesía norteamericana, lo cual plantea a la táctica de las fuerzas antifascistas latinoamericanas la posibilidad de aprovechar en su favor estas contradicciones.
Por lo dicho, nosotros no estamos de acuerdo con el criterio que han sostenido algunos en nuestro país, en el sentido de que la tendencia al fascismo brota del crecimiento y “dinamismo” de ciertos sectores del gran capital oligárquico en los últimos años, fenómeno en el cual – llegan a afirmar – “no tiene nada que ver el imperialismo”. Esta opinión sencillamente desconoce la realidad del capitalismo contemporáneo, aísla en su histórico latinoamericano y mundial y, además, peca de un mecanicismo economista estrecho, en el que la superestructura, y en general la política, son un simple apéndice o prolongación de la economía, y no una esfera distinta, supeditada y determinada por la economía, pero con sus propias modalidades y con relativa autonomía.
Con esta cuestión del papel de los monopolios ligados a la industria militar como principales promotores del fascismo en América Latina, está ligado un aspecto sumamente importante y peligroso de este proceso: el hecho de que, como ya apuntamos atrás, el fascismo implica tendencias guerreristas; no nos parece casual, por tanto, que las fuerzas armadas de Brasil y Chile aparezcan junto a las de Estados Unidos realizando maniobras en el Chile, lejos de sus propias costas, cerca de Cuba, en el área que es hoy, una vez cerrado el sur por la ofensiva contrarrevolucionaria, hacia donde se ha desplazado el centro de la actividad antimperialista en nuestro subcontinente.
Nada justificaría, creemos, considerar descartada la posibilidad de que aparezca un foco de guerra en América Latina, incendiado por el Pentágono con manos ajenas, por supuesto. Los incidentes armados de junio y julio en la frontera salvadoreño-hondureña – desemboquen o no en guerra – y las mencionadas maniobras navales en el Caribe, subrayan la necesidad de mantenerse alertas.
Deseamos hacer un último apunte acerca del modelo del fascismo en América Latina: el papel principal que en su implantación y conducción desempeña el ejército. Diríase que en cierto modo el ejército en América Latina sustituye el papel del partido. El fascismo tiene en ello la ventaja de que los ejércitos latinoamericanos, con la excepción de Chile, Uruguay, Costa Rica y México, han desempeñado históricamente la función rectora en los Estados y son la fuerza más organizada y eficiente en la generalidad de nuestros países. Todo ello refuerza las tendencias guerreristas y facilita la acción del Pentágono y la CIA; pero al mismo tiempo la experiencia latinoamericana, desde mucho antes de la instauración de los gobiernos militares progresistas de Perú y Panamá en 1968, muestra que en los ejércitos existen y desarrollan las tendencias democráticas y antimperialistas, de modo que éstos, que ahora son el instrumento preferido del fascismo, pueden también convertirse en la arena de su derrota. He aquí uno de los más importantes problemas actuales para nuestra elaboración táctica.
Aceptase o no la dominación de fascismo para la actual modalidad de la contrarrevolución en América Latina, una cosa es en todo caso muy clara: el movimiento comunista y todo el movimiento popular y democrático latinoamericano se encuentran ante un tipo de reacción distinta a la tradicional, que rápidamente está imponiendo un rasero común a todo el continente y es mucho más fuerte, organizada, eficiente, moderna y coordinada que ninguna forma de reacción anterior. De hecho esta ofensiva contrarrevolucionaria ha logrado rebasar nuestra táctica y nos plantea la urgente necesidad de reflexionar, discutir, analizar y desarrollar nuestra táctica, nuestra capacidad de acción y coordinación.
Las fuerzas antimperialistas y democráticas no son hoy más débiles que ayer; insistimos en apuntar que son por lo contrario más fuertes que nunca antes, pero debemos encontrar la manera de lanzarlas a la acción con la mayor eficacia.
Es este momento muy parecido al que se vivió en Europa bajo la ofensiva fascista, cuando el movimiento comunista hubo de preparar y realizar un viraje en su táctica, el cual se concretó en los debates y resoluciones del célebre VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935.
Sin hacer ninguna concesión al pesimismo y mucho menos al espíritu derrotista, opinamos los comunistas salvadoreños que, mirando de un modo realista la situación actual, estamos ante el peligro de que los fascistas consigan aplazar el proceso revolucionario latinoamericano hasta fines del siglo, si es que no les asestamos pronto golpes contundentes y derrotas netas. Contamos a favor con enormes energías revolucionarias de nuestro pueblos y con grandes reservas democráticas en nuestro continente para la lucha antifascista; contamos a favor con mucha experiencia latinoamericana e internacional del movimiento comunista, con el desplazamiento general del balance de fuerzas en el mundo a favor del socialismo y la liberación nacional, con el formidable apoyo moral y material de la Unión Soviética y de todo el campo socialista; contamos con el ejemplo inspirador y la fuerza moral y material de la victoria definitiva del socialismo en Cuba; nos enfrentamos a un enemigo que arremete desesperadamente porque se encuentra en irremediable y profunda crisis general de su sistema; por lo tanto, podemos y debemos vencer y venceremos.
San Salvador, 28 de marzo de 1975.